El pasado martes, en la reunión de contenidos de Punto Pelota, decidí repentinamente girarme para mirar por la ventana. Descubrí un atardecer anaranjado precioso arropando Madrid. Me fijé, me permití deleitarme y una imagen se dibujó en mi mente: el naranja del Euskaltel-Euskadi.
Maldito 15 de octubre de 2013. Odiosos finales. La desaparición del equipo vasco es el símil perfecto a un ocaso. Con cierta calma, sabiendo que llegará, que el Sol se esconderá y se hará la noche. Por favor, que alguien me preste una bola de cristal o me diga que habrá luz de nuevo en un futuro no muy lejano. No hago ascos a ciertas utopías.
Ojalá amanezca de nuevo en las carreteras vascas. Que el candente astro rey vuelva a iluminar de naranja las cunetas en las grandes carreras al ritmo del ya legendario fulgor de los Euskaltel en la batalla. Esa excelsa afición ha perdido lo más preciado: su equipo de siempre al que animar.Ahora que releo este párrafo, donde escribí iluminar prefiero que leáis deslumbrar.
No hablaré de lo que se hizo mal. Tampoco de lo que pudo ser y no fue.No es momento. Eso sí, deseo suerte a todos aquellos que se quedan en la calle por una dudosa gestión. Toca rememorar como Euskaltel-Euskadi, el equipo decano del pelotón, se merece. Era diferente, tan bohemio como mágico. Hemos disfrutado de un millón de momentos 'ADN Euskaltel'. Esos héroes naranjas, protagonistas siempre en las laderas de los grandes puertos alpinos o pirenaicos. ¿Y esa imagen de Igor Antón ganando en Bilbao? ¿Y Agustín Sagasti? ¿Y la cima de Luz Ardiden conquistada por Laiseka o Samu Sánchez? Soy madrileño y se me ponen los pelos de punta. Con todo, no alcanzo a imaginar lo que sintió la marea naranja.
Termino estas líneas, miro a la ventana y ya es de noche. Todo negro. Ahora, el naranja es recuerdo y la alborada un sueño. La pasión de la mejor afición del mundo, estoy seguro, hará que algún día la pesadilla acabe.