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jueves, 6 de junio de 2013

Héroes de piedra y piernas vacías

'Clásicas de primavera' se escribe sobre adoquines y muros con barro, lluvia, sudor, esfuerzo extremo, aliento desde la cuneta, gloria, lágrimas y venganza a partes iguales. El cielo y la tierra, unidos en millones de pedaladas.


En marzo, una brisa con aroma a leyenda recorre el norte de Europa. Es el origen del ciclismo; es el ciclismo en estado puro. Decenas de aventureros emulando a los héroes de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la bicicleta era poco más que un extraño invento de hierro con dos ruedas. Cada vencedor ha cincelado su nombre en las piedras de esas colinas y muros que visten un escenario perfecto en el que decenas y decenas de locos de atar se aferran al manillar para no desfallecer mientras sus corazones tratan de huir de un cuerpo enamorado de un sufrimiento que acaricia lo místico. Cincelado porque esta bendita insensatez queda para la posteridad, como los mayores monumentos del mundo.

El germen del ciclismo tiene su espejo en estas pruebas de un día. Los corredores se levantan esa mañana con mariposas en el cuerpo. La suerte está echada llueva o haga sol; se desplome el mercurio o esté a punto de hervir. La primavera no entiende de humanidad. Concentración desde primera hora, silencio, miradas en busca de las sensaciones del rival en la salida. La competición empieza desde el primer metro. No hay lugar para la laxitud en las clásicas. Milán-San Remo, E3 Prijs Vlaanderen-Harelbeke, Gante-Wevelgem, Tour de Flandes, París-Roubaix, Amstel Gold Race, Flecha Valona y Lieja-Bastoña-Lieja son las grandes pruebas que llenan de tachones el calendario de los forofos durante las seis semanas que van desde mediados de marzo a finales de abril.
La definición de ciclismo más pura se ilustra cada año en esta época. No somos en España de admirar estas pruebas, carentes de los grandes puertos que engrosan nuestros libros de épica y tesón. Pero en ese norte de Europa, donde el ciclismo compite mano a mano con el fútbol, son las clásicas las que llenan las páginas de los periódicos y libros. Con la Omloop Het Nieuwsblad abrimos boca en Bélgica ya el pasado 23 de febrero. Una semana más tarde, y desde una Italia pujante en esto de las carreras de un día, pudimos disfrutar de una Strade Biache que con siete años de vida ya ilustra solera y de la Roma Máxima (glorioso renacer del Giro del Lazio), una meta en un escenario sin igual: el Coliseo romano.
SEIS SEMANAS MÁGICAS
Y es que el país transalpino es que el inaugura estas seis semanas mágicas si atendemos a las grandes clásicas. La Milán-San Remo, o la 'Classicissima', es el primer monumento de la temporada y la prueba más larga (298 kilómetros). Por perfil, no es la carrera más dura, pero sus nueve cotas y el desgaste de los kilómetros la hacen muy selectiva. Imágenes espectaculares, sobre todo en la segunda mitad de carrera por la costa y el vertiginoso descenso del Poggio, pero muy distantes de lo que podrá verse cinco días después ya en tierras belgas.
E3 Prijs Vlaanderen-Harelbeke (22 de marzo) y Gante-Wevelgem (24 de marzo) servirán para ver el estado de los grandes clasicómanos, como Tom Boonen, Fabian Cancellara, Philippe Gilbert, el todopoderoso Peter Sagan y una larga lista de 'outsiders'. Prestigiosas dos pruebas que servirán para examinar las fuerzas antes del gran Tour de Flandes (31 de marzo), el segundo monumento de la temporada y que en 2013 cumple 100 años. Las clásicas por tierras belgas alimentan su heroísmo a base de adoquines e infernales muros, como los conocidos Koppenberg, Geraardsbergen (con la famosa ermita de Oudenberg en la cima)Oude Kwaremont o Paterberg (en esta edición, como en 2012, no se suben Muur-Kapelmuur y del Bosberg). En total, 17 muros en 257 kilómetros; 12 de ellos en los últimos 100. Ningún español sabe lo que es vencer en esta competición.
Tampoco en la París-Roubaix (7 de abril), tercer monumento. Su denominación de ‘Infierno del Norte’ pese a ser casual, pues proviene del estado de las carreteras tras la I Guerra Mundial, refleja a la exactitud el devenir de cada edición. Barro, pinchazos y caídas son la constante en, quizá, la carrera de un día más dura del mundo. Es una de las más antiguas de las que aún sobreviven. No es casualidad, porque su belleza es extrema, como el esfuerzo de los ciclistas en sus tramos de pavés. 27 tramos de puzzle de piedras que provocan una constante escabechina en casi 260 kilómetros. El trofeo al primero que pase por la mítica meta del velódromo de Roubaix se es un adoquín. Un pedazo de piedra que representa el significado de ciclismo, todo lo vivido durante las horas anteriores.
Una semana después, tras el telón se abre el tríptico de las Árdenas: Amstel Gold Race (Países Bajos, 14 de abril), Flecha Valona (Bélgica, 17 de abril) yLieja-Bastoña-Lieja (Bélgica, 21 de abril). Tradición sobre dos ruedas. Tres oportunidades más para sellar el nombre en la historia de este deporte. Para ello, el ciclista ha de emular a esas lagartijas que rápidas y ágiles suben cualquiero muro. En la Amstel Gold Race, el famoso Cauberg, con tres pasos, determina al más fuerte de cada edición, al héroe. Terreno inédito también para los nuestros. No así la Flecha Valona, cuyo final en el legendario muro de Huy (sólo 204 metros pero con tramos del 26% de desnivel después de 200 kilómetros) ha visto coronarse a Purito Rodríguez (2012), Alejandro Valverde (2006) e Igor Astarloa (2003). ¿Tendremos bandera española este año? Pase lo que pase, la exhibición ciclista está garantizada.
Los amantes del ciclismo no tienen suficiente con esto. Los clasicómanos sacian, al menos provisionalmente, su apetito con 'La Doyenne' (La Decana): la Lieja-Bastoña-Lieja. Sus 111 años de historia la han convertido en el cuarto monumento de la temporada (el quinto y último, el Giro de Lombardía, se disputa en octubre). Eddy Merckx bien lo sabe. ‘El Caníbal’ ganó en cinco ocasiones. También Valverde (2006 y 2008), único español en ganarlo, sabe lo que es superar las numerosas cotas que adornan la pasión de los aficionados que llenan las cunetas en sus 260 kilómetros.
Cruzar cada meta de cada clásica supone un pequeño triunfo personal para los ciclistas, aunque éstos no sean conscientes de ello. Titanes de piernas vacías. Hasta el último gramo de sus fuerzas, de su oxígeno, queda impregnado en todos y cada uno de esos adoquines duros como su orgullo y perseverancia. Alfombras de piedra bajo regueros de sacrificio admirado por espectadores que se imaginan, sueñan, que son ellos los que se retuercen sobre esas bicicletas; que son ellos los que abren los ojos entre lágrimas por el dolor de sus piernas y sienten el intenso calor del aliento desde las cunetas abarrotadas de personas jaleando su nombre; que son ellos los que suspiran al encarar la la última recta tras convertirse en auténticos temerarios durante horas; que son ellos los que gritan de rabia y emoción a partes iguales hasta vaciar sus maltrechos pulmones porque son los primeros, porque son los héroes de piedra.

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